Es el aniversario 25 del Pan Dulce Solidario y los hornos del ex Hogar Gutiérrez se vuelven a encender. Nicolás Martínez, junto a todos los voluntarios, cocinan y reparten miles de panes dulces por los barrios de Bariloche, para que cada familia pueda tener algo para compartir en su mesa navideña.
—¡Con permiso dijo don monchito! —gritó Nicolás, desde el pasillo y se asomó por la puerta doble con una fuente de hierro que sostenía con la cabeza.—¡Cuidado que esto está caliente! —apoyó sobre el mesón de madera la bandeja con dieciséis panes dulces y los acomodó en fila.

En el salón estaban distribuidos unos cinco tablones que se sostenían sobre unos caballetes, encima reposaban los 6000 panes dulces que había elaborado hasta el momento. En el centro acomodaban los recién hechos y a los costados, contra las ventanas, los que ya estaban embolsados con una etiqueta roja que decía: “Felices fiestas, 25 años del Pan Dulce Solidario”.

Nicolás Martínez es un hombre setentón de barba blanca frondosa, usa una gorra negra y el pelo canoso peinado hacia atrás. Nació en Paraguay y se mudó a Bariloche hace casi treinta años, y hace veinticinco fue la primera vez que horneo pan dulce para quienes más lo necesitan.
—La primera vez nos juntamos con los desocupados en 1994 y, junto a las cuidadoras de ancianos, pudimos hornear casi mil unidades en la escuela de hotelería —desde entonces el horno ha ido cambiando de ubicación, estuvieron en una iglesia, en un centro comunitario y ahora lo hacen en el Ex Hogar Gutiérrez de la calle Perito Moreno al 1345 —.La idea surgió porque ese año estábamos muy mal económicamente, tan mal que no teníamos plata ni para comprar un pan dulce en navidad —desde Pan Dulce solidario buscan ayudar a la mayor cantidad de gente posible, en 2017 alcanzaron el récord de cocinar 12.528 panes dulces.
Nos ayudamos entre todos
Por los pasillos estrechos que se formaron entre los mesones se paseaban las personas que ayudan a meter los panes dulces en bolsas transparentes y los acomodan uno arriba del otro contra la pared. Hacia las cuatro de la tarde eran cinco las personas encargadas de esa tarea, tres familiares de Nicolás, del paraguayo, como le dicen, y dos voluntarios.
—Yo me enteré por la radio y me vine a preguntar en qué necesitaban ayuda. Así que desde hace tres años que vengo para acá —Estela tiene unos sesenta años, usa una red que le cubre el pelo y un delantal azul oscuro.
La tranquilidad del salón, en el que sólo suena una radio vieja apoyada en el piso en una esquina, se interrumpe cada tanto cuando por el pasillo se escucha —VOY ENTRANDOOO —,y aparece Nicolás con otra bandeja que apoya sobre el mesón pegoteado por el azúcar, acomoda los panes y pregunta cómo va todo.
—Este año cumplimos 25 años haciendo el Pan Dulce Solidario —dice con su acento tan particular que es la mezcla entre su país natal y sus tres décadas viviendo en Bariloche —.Es la primera vez que pido ayuda a toda la comunidad, como todos sabemos, el país no está bien económicamente y quienes más lo sufren es la gente de los barrios —se acomoda la musculosa blanca y se apoya la mano gruesa en la panza —.Estaba convencido que la gente iba a entender esta situación, pero lamentablemente se han acercado muy pocos particulares —los insumos son donados en su mayoría por sindicatos, la cámara de comercio, panaderías o diferentes instituciones del sector hotelero gastronómico —.Ahora tengo para elaborar hasta 8500 panes, lamentablemente mañana ya me quedo sin insumos, sólo puedo esperar la buena voluntad de aquellos que se quieran acercar a donar para seguir elaborando. Las ganas, el tiempo y la fuerza están intactas.
Desde la punta de uno de los mesones, Yanina, una de las doce hijas de Nicolás ceba mates y pellizca un pan dulce recién horneado. Su hijo de seis años juega con unos autitos entre los caballetes.
—Este año pude venir a ayudar a mi papá por lo menos dos días. yo vivo en Catriel y se me hace difícil venir en estas fechas porque, como soy policía, es cuando más tenemos trabajo —se acomodó el pelo rubio y comenzó a guardar en una mochila los juguetes que estaban regados por todo el piso.
—Doña Estela, ¿Cuántos panes llevamos embolsados? —preguntó el único varón que estaba ayudando con el embolsado.
—6500, mas o menos —respondió Estela mientras se sobaba los dedos que estaban rojos de tanto cerrar precintos.
***
—Está por llegar Marcelo —dijo Nicolás que se asomó por la puerta con la cara roja y la frente sudada —¡Ahora si que empieza el quilombo!
—Buenas tarde gente —saludó Marcelo Bearzi, de 1,80 metro de alto y barba entrecana que le bordea la cara redonda —.Paraguayo, querido, cuáles empiezo a cargar.
—Los que están debajo de los mesones y los de allá —señaló el fondo del salón —. Que los saquen en orden que ya me urge tener espacio —Nicolás miró el reloj y salió rápido por el pasillo hacia la cocina donde lo esperaban los tres ayudantes que se encargan de medir, amasar y cocinar los panes con la misma receta desde hace dos décadas.
—Primero voy a probar el producto —bromeó Marcelo y se llevó un pedazo de pan dulce recién horneado a la boca —. Esta buenisimo, como siempre —le convidó a los demás voluntarios que iban llegando. Todo el salón estaba perfumado por el olor a caramelo y esencia de azahar que se pegaba en la ropa y acompañaba el recorrido hasta las camionetas.

Los y las voluntarias llegaron a buscar los panes dulces que se reparten por la línea sur en Río Negro. Muchos ofrecen sus vehículos, otros se suman a cargar las bolsas con diez, quince o veinticinco panes, algunos ceban mates y quienes deciden viajar por los páramos rionegrinos colaboran con el gasto de nafta para hacer llegar a cada familia un pan dulce en navidad.
—Miguel, ¿Vos podés ir para Comallo?, ¿Conocés allá? —preguntó Laura, quien era la encargada de organizar a los voluntarios y asignarles un pueblo o paraje.
—Si, Laurita. Nosotros vamos con los chicos —respondió Miguel que tenía un bigote frondoso y una risa contagiosa.
—Entonces entregáselos a la familia Millaqueo, que suelen ser quienes se encargan de repartir a todos sus vecinos.
En el fondo sobre el los mesones, quienes se habían encargado de meter en bolsas y poner las etiquetas rojas a los panes dulces ahora acomodan en bolsas negras cajas de a varias unidades.
—Listooo, sale una bolsa —Miguel se cargaba la bolsa al hombro y pasaba como podía por los pasillos estrechos, doblaba por el hall de entrada hacia la izquierda y caminaba hasta su camioneta Nissan. Allí un compañero acomodaba la bolsa en la cajuela —¿Cuántos vamos? —preguntó Miguel mientras se acomodaba la boina negra.
—Nos faltan siete bolsas para llegar a los 250 —respondió su compañero. Nicolás dispuso que a la línea sur debían llevarse 4500 panes dulces y los vehículos seguían llegando para cargar lo que podían e ir a entregarlos al día siguiente desde las 7 a.m.
Nicolás salió a despedir a quienes tenían todo cargado.
—Cabezón, ¿Me vas a llevar el veintitrés por los barrios a repartir? —le preguntó a Miguel. Cuando hacen la entrega en los barrios, Nicolás tiene la costumbre de peinarse bien la barba blanca y ponerse el disfraz de Papá Noel.
—Si paragua, vos llamame y arreglamos.
—Bueno, muchas gracias a todos por venir y saludos a la gente de la línea sur. Espero que disfruten lo poquito que les puedo mandar —saludó con un ademán, miró el reloj y se apuró a volver a la cocina —.Chau, chau, chau que se me queman los panes, ¡Que tengan buen viaje mañana!
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