La ejecución de Stefi y el sistema que debía proteger
Cómo un sistema que debía proteger terminó matando no es una metáfora. Es la descripción más exacta de lo que ocurrió con Stefani Civardi. La fiscal Betiana Cendón no titubeó. En solo 21 minutos, ante el juez y con el femicida sentado en silencio, describió lo que sucedió en la madrugada del 30 de julio.
No hubo dudas ni hipótesis alternativas: Stefi estaba acostada, tapada. Emerson Marín, su pareja, policía de Río Negro, le disparó a la cabeza con su arma reglamentaria. La bala entró por la tráquea y salió por el parietal. La muerte fue inmediata. La escena fue demoledora: el cuerpo inmóvil, la almohada perforada, el arma en la mesa de luz.
La fiscal habló de peritos, de manchas hemáticas donde no deberían estar, del arma reglamentaria con una bala más preparada para disparar. De un testigo que escuchó murmuros antes del disparo y, luego, una voz de hombre diciendo “¿qué hice?”. Todo cierra con un solo nombre: femicidio.
No fue un caso aislado. Fue una cadena
Pero la formulación de cargos no termina ahí. Lo que empieza a abrir es algo más profundo. Porque Emerson Marín no llegó a Bariloche por azar. Llegó trasladado. Lo sacaron de Las Grutas por un caso de violencia de género. Luego de Viedma, por lo mismo. Y entonces lo mandaron acá. Donde finalmente mató.
¿Qué institución traslada a un agresor en lugar de expulsarlo? ¿Qué fuerza arma a alguien con antecedentes por violencia? ¿Quién firmó los pases? ¿Quién eligió mirar para otro lado?
La Policía de Río Negro cargó con Marín en cada uno de sus traslados. Lo contuvo, lo sostuvo, lo empoderó con un arma. No lo sancionó. Lo protegió. Y esa protección fue lo que lo mantuvo impune hasta la última bala.
En la audiencia, la fiscal Cendón lo dijo con firmeza: había tenido una probation. Había desobedecido las condiciones. Estaba judicializado. Y sin embargo, seguía siendo policía.
Stefi no murió sola: la mató un sistema que debía proteger
El crimen de Stefani Civardi no fue solo un acto brutal de un hombre violento. Fue la consecuencia final de un sistema que debía proteger y no lo hizo. Un Estado que eligió la complicidad por sobre la prevención, una estructura que supo todo y no actuó.
Emerson Marín debe ser condenado a la pena máxima. Pero la Policía de Río Negro también. Porque en este femicidio, el autor material apretó el gatillo, pero el arma la cargó el Estado o peor aún este gobierno de Río Negro.

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