La triple alianza y un escenario que ya no admite excusas
Hay momentos en que la política ofrece espectáculos grotescos que uno ya no sabe si reír o llorar. Y lo que está ocurriendo hoy en Río Negro con la posible triple alianza debería cobrarnos entrada. Tortoriello, Soria y Pesatti, juntos, quizás no se amen, compartan algunas ideas y deban armar un proyecto en común, pero vieron lo que todos ven: el gigante albertista ya no ruge; tose. Y cada vez más.
Enfrente, intentando sostener la estantería con cinta adhesiva, aparece Alberto Weretilneck, el gobernador que busca su tercera reelección como quien intenta seguir manejando un auto que ya perdió las ruedas, el motor y hasta el volante. Alberto sigue al volante imaginario, haciendo “brum brum”, creyendo que avanza. Y el auto, por supuesto, no se mueve.
El Alto Valle y el Atlántico ya embarcaron. Falta Bariloche, el último clavo del ataúd
La triple alianza avanza con una claridad quirúrgica: sumar, sumar y sumar. Mientras ellos armaban un esquema de poder territorial, el albertismo seguía entretenido jugando al TEG de los años ’90, con los mismos viejos alfiles de siempre:
– Lutz, el eterno asesor en las sombras —tan en las sombras que ya nadie recuerda qué asesora.
– Sartor, operador full-time desde la época en que Menem todavía tenía patillas.
– Gatti, fósil viviente de la administración Saiz.
No es un equipo: es una reserva natural de funcionarios en vía de extinción.
Una provincia al borde del colapso… pero el problema es Milei, ¿no?
Falta de gasas, falta de medicamentos, falta de salud mental, falta de infraestructura educativa, falta de sueldos dignos… Y, eso sí, sobran excusas. La provincia ya parece una versión mala de los ’90, pero sin los privilegios menemistas. Ni pizza, ni champagne. Apenas burocracia, deuda y edificios que se caen a pedazos.
El albertismo no gestionó: administró decadencia.
El tornado que Alberto creó… ahora lo traga
Weretilneck cometió el pecado mortal de todo líder inseguro: rodearse de gente más débil que él, para no sentirse amenazado. Hoy, cuando la política le exige cuadros, él solo tiene nombres que funcionan como anécdotas de época.
Es el dueño del castillo… pero el castillo es de arena. Y ya bajó la marea.
La carta Villaverde y el botón rojo nuclear
La desesperación lleva a lugares raros. Y Alberto está tan acorralado que ahora coquetea con Lorena Villaverde, pensando que la diputada libertaria puede salvarlo. Lástima que Villaverde no se mueve sin permiso de la Jefa —sí, esa misma, la del eterno 3%. Y cuando ella dice “quiero la cabeza de la fórmula”, no está preguntando.
¿Está Alberto dispuesto a ser vice de Villaverde?
La pregunta es casi obscena. Es como pedirle a un gato que camine en dos patas y haga declaraciones juradas: no está preparado para tanto realismo.
Y encima, Casa Rosada no financia resucitados políticos. Mucho menos camaleones. O sos libertario o sos un problema. Y Alberto no es libertario. Es, en el mejor de los casos, un equilibrista ideológico que ya perdió la cuerda.
La ecuación es simple:
Separados pierden.
Juntos ganan… pero él de segundo.
El hombre que quiso ser eterno ahora debe decidir si acepta ser accesorio.
Bariloche: la tierra quemada que dejó el albertismo
Si quisiera poner un vice barilochense para equilibrar la fórmula, tampoco puede. Su intendente tiene un rechazo del 60% y subiendo. Pasó años destruyendo oposiciones como quien colecciona estampitas, y ahora enfrenta su propio karma político: se quedó sin enemigos, pero también sin votantes.
La cuarta pata: donde se define el cambio de época
La triple alianza busca completar la mesa y todos los caminos de la unión conducen a buscar un candidato que lleve el estilo Soria para que vuelva a oler a peronismo.
Y ahí está la verdadera señal del cambio de época: mientras Weretilneck mira encuestas como quien examina una autopsia, la oposición arma un dispositivo territorial que él ya no puede frenar.
Conclusión: el fin ya no es una hipótesis
La triple alianza no está formando un espacio: está cavando una tumba política. Y Weretilneck, en un acto de negación conmovedor, sigue buscando maquillaje para un cadáver político que ya está frío.
El albertismo no enfrenta una elección difícil.
Enfrenta su entierro.
Y lo peor es que ni siquiera podrá elegir el epitafio.
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